La joven artista compostelana Beatriz Suárez Saá (Santiago, 1986) se estrena en una individual en A.dFuga, la propia galería que dirige junto a la también artista Paula Cabaleiro. Lo hace con su proyecto Sin Palabras de Lilith para intentar comprender a aquella misteriosa y legendaria mujer, supuesta madre de la humanidad, entre diosa y monstruo; más adorada que temida por quienes la convirtieron en símbolo de la defensa a ultranza de la mujer en todo el mundo: las feministas. Por extensión, para reconocer a las muchas mujeres artistas anuladas, rechazadas u olvidadas por el gran Arte.
El hilo conductor de este trabajo es el cuerpo femenino y lo asociado a la mujer. Ahí están sus miedos, inseguridades, repulsas, sentimientos o reafirmaciones, y en cierto modo esa pizca de locura que, aunque no lo creamos, a todos nos envuelve en mayor o menor medida. Existe desde siempre un tópico: asociar la no cordura con algún tipo de actividad artística. Muchas veces los propios artistas fomentan, precisamente, que una cierta forma de locura se asocie con la actividad artística. Es una forma de vida, casi una pose, quizá una ficción provocada para alimentar el mito.
Beatriz Saá se autorretrata y retrata a mujeres queridas del entorno familiar para reflexionar desde el cuerpo sobre la condición humana, las relaciones personales y el paso del tiempo en una enorme metáfora existencial. El cuerpo es cadena, máscara, velo o cavidad. El cuerpo se formula así como campo de experimentación, como poema visual y mapa sensorial en el que se insertan desde a soledad, opresión y dominio suficientes para generar estados de desasosiego, llanto o grito hasta el júbilo.
La artista y comisaria de exposiciones ejerce casi de modista, cosiendo a su torso sostenes en forma de plancha u otros objetos relacionados con la estética del hogar; es decir, recurriendo a las mitologías femeninas, portando aderezos típicos de la iconografía gallega, rematando y adornando el vestido de novia de su madre o ideando alguno de concepción nueva. Demuestra con ello que la pintura no empieza ni termina con el pincel, que se puede pintar con hilo, escritura o que se puede esculpir como si se hiciese pintura en 3D. Y así lo hace por toda la muestra cuando sus personajes se inundan de letras o éstas se escapan por la instalación del escaparate.
Son personajes cultivados los de Saá, que se llenan de texto a medida que el personaje recorre su ciclo vital. Estos signos lingüísticos siguen, en cierta manera, la estela de Jaume Plensa al tratar la escultura, pero también se nutren de ciertos tópicos abordados por artistas como Mendieta o Marina Núñez al tratar la imagen.
El recurso de la escritura singulariza la construcción de las identidades, insertando textos de la propia artista, a base de sumar y encadenar frases impactantes sentidas para articular sensaciones, que tal vez no queden suficientemente claras con la propia imagen. Es así como retrato, tipografía y algo tan ubicuo como el color son usados para desvelar el mundo interior. Son los ingredientes que manejan sus imágenes, y pasan a ser espejo de lo que cada persona esconde, ese matiz que nos hace únicos en nuestra individualidad y que no conviene desvelar del todo para avivar el misterio.
Absorta en sí misma, se representa con ese recurso tan manido de la tradición católica para desvelar el misterio de la Santísima Trinidad. En una de sus obras, Na procura do eu, desgrana varias etapas de su personalidad donde la artista sopesa su lado racional y emocional, utilizando la imagen gris de la razón para reprochar a la imagen roja, representante de su lado emocional, su manera de ser y viceversa.
Beatriz Saá se prodiga en frases y palabras. En ideas que van llenando las imágenes, y efectivamente las sentencias se hacen más largas cuando las personas llegan a la madurez. Muchos textos le sirven para reflexionar sobre la situación actual del arte contemporáneo. En esas escenas que ella titula Siluetas se hace más punzante. La artista se impone desde la altura de sus tacones para reflexionar sobre la posición de la mujer en el mercado del arte ante el que puede vomitar u orinar. No por ello pierde elegancia en el gesto porque se hace desde el raciocinio y desde el debate.
Tal vez insista en retratarse a sí misma por la necesidad de autoafirmarse, tal vez para conocerse mejor a sí misma. Lo cierto es que no cae en la obsesión de Kahlo. En ese camino todavía queda mucho por hacer, su rostro se tiene que llenar aún más de palabras y de sentencias y se tienen que romper muchas ataduras como clama la pieza Habitando, en la que todavía la mano masculina sustenta y maneja lo relacionado con el sexo opuesto: los hilos todavía manejados por el hombre.
Y es ahí, precisamente, donde están todas las Lilith, la memoria de muchas artistas rasgando el velo del ocultamiento para emprender su propia navigatio vital.